Los adolescentes navegan hoy en un mar de información instantánea. Según el Observatorio del Tecnológico de Monterrey, en este contexto, la lectura y el pensamiento crítico no solo ayudan a consumir información, sino a interpretarla y cuestionarla. La lectura, explica el Dr. David Santamaría, tiene el potencial de ampliar la mirada al permitir que los jóvenes comprendan otros puntos de vista. Esta capacidad para “ponerse en los zapatos del otro” se vuelve crucial en una sociedad plural y a veces dividida.
Lejos de ser un acto mecánico, leer implica interpretar y criticar lo leído, un ejercicio que fomenta el desarrollo de una postura independiente frente a la información. Santamaría enfatiza que leer no es un simple pasatiempo: es un entrenamiento que permite construir un criterio propio y, al mismo tiempo, abrirse a perspectivas diferentes.
Esta capacidad crítica se convierte en una herramienta esencial para enfrentar el entorno digital, donde los datos y opiniones surgen y desaparecen a gran velocidad. La lectura reflexiva ofrece un filtro contra la desinformación y ayuda a los jóvenes a diferenciar entre opiniones, hechos y suposiciones, promoviendo un conocimiento más consciente y profundo. En este proceso, no solo se afina la habilidad de entender, sino también la de empatizar, ya que la literatura y otras lecturas exponen a los estudiantes a dilemas y realidades que van más allá de su vida cotidiana.
El desarrollo de estas habilidades no solo beneficia a cada individuo, sino también a la sociedad. Los jóvenes que leen de forma crítica y con apertura tienen más recursos para participar activamente en la vida social y política, ya sea desde el debate de temas públicos o en el simple acto de cuestionar y pensar por sí mismos. La lectura, entonces, se presenta como un espacio donde se cultiva el sentido crítico y la empatía, cualidades necesarias para construir un diálogo respetuoso en un mundo plural y en constante cambio.
El pensamiento crítico, entonces, se perfila como una habilidad que va más allá del aula y que se conecta directamente con la vida en sociedad. El artículo apunta que el desarrollo de esta habilidad desde etapas tempranas se convierte en una herramienta para que los jóvenes enfrenten los desafíos de un entorno mediático saturado de información. La lectura crítica les permite analizar datos, identificar fuentes confiables y construir una perspectiva propia ante la gran variedad de opiniones que encuentran a diario. En un contexto de desinformación y polarización, este tipo de formación ayuda a construir ciudadanos más informados y menos propensos a la manipulación.
Por último, el artículo destaca la importancia de formar un hábito de lectura que promueva la introspección y el análisis. Lejos de consumir solo por consumir, se busca que el joven aprenda a interpretar lo que lee y a relacionarlo con sus propias experiencias y conocimientos. Esta práctica no solo mejora su desempeño académico, sino que lo ayuda a desarrollar una relación más autónoma y crítica con la información, una habilidad clave en el siglo XXI.