A Dayana Narbay le estallaba la cabeza de tanto pensar. Vio una servilleta de papel de madera en su mesa de luz y comenzó a escribir: “Quería escapar del dolor y escapé de mí. Por eso las drogas, la maldita merca. Cuanto más me hacía olvidar, más me hacía sufrir”.
Llevaba unos días en el Polo de la Mujer, por una situación de violencia y consumo de drogas, cuando descubrió el poder catártico de la escritura.
Cada vez que su mamá llegaba de visita, traía dos cosas: cuaderno y lapicera. Con el tiempo se dio cuenta de que esas hojas eran un resumen desordenado de su historia, a la que no le faltaron condimentos: violencia desde pequeña, dormir en la calle y un embarazo en el momento menos pensado.
Años más tarde, ya viviendo en Favela, un asentamiento de la ciudad de Córdoba, se encontró con la maestra Catalina Correa y se dio cuenta de que esas servilletas sueltas podrían convertirse en las páginas de un libro. Escribió Mi vida en mil pedazos y Cocaína: líneas de un adicto, que ya va por la quinta edición.
“De repente me di cuenta de que podía amigarme con mi historia y sacarle fruto. Lo haya querido o no, todo eso me hizo ser lo que soy hoy”, cuenta.
Dayana tiene 29 años, un hijo de 3 y un marido tatuador que ilustró las páginas de sus dos libros.
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Contenedores de la calle Colón
Hace tres años, Dayana vivía en la calle con su marido en la costa del arroyo El Infiernillo, un cauce de aguas servidas de la ciudad de Córdoba. Hurgaba los contenedores de la calle Colón y cuando encontraba alimento armaba una fogata para calentarlo.
“Para que no me afectara, para que no me doliera vivir en esa situación, empecé a decirme que no me importaba. Todos los días era tener que enfrentarme con esa realidad. Abrir los ojos y estar tirada en un colchón en el piso y levantarme para salir a ver si podía seguir sobreviviendo”.
Dice que las drogas fueron al principio una vía de escape, pero después terminaron por hundirla más.
Un día sintió su cuerpo habitado. “Consumíamos constantemente. Nuestra adicción nos llevó a perderlo todo. Llevábamos dos meses viviendo en El Infiernillo cuando mi pareja me dijo que creía que estaba embarazada”.
Dayana lo negó. No podía aceptar la maternidad en esa situación. “Mi condición no era la mejor”. Y entonces rogó a su marido que la sacara de la calle.
Ella cuenta que el hombre sacó de su bolsillo una biblia y que pidió un milagro. Días después, dos referentes comunitarios del asentamiento La Favela (Mariano Tobares y su mamá Teresa, más conocida como “La Pity”) “nos rescataron”, dice.
Dayana cuenta que en Favela comenzó a tomar conciencia de su embarazo, accedió a los controles, a un alimento y a vestimenta. También recibió contención espiritual, “cosas cotidianas que el común de la gente da por sentado”.
Pronóstico tormentoso
Siete meses después del nacimiento de su hijo, Dayana tuvo una fuerte recaída con las drogas. “Él vivió conmigo ese proceso. Fue difícil darme cuenta de que lo amo más que a nadie en el mundo, pero no estaba pudiendo ser la madre que pretendía. Todo el tiempo prometiéndome a mí misma que iba a cambiar, que todo iba a estar bien y de repente, caer de nuevo”.
“Mi hijo es la persona que más amo en el mundo. Pero no estaba pudiendo darle nada. La droga se lo llevaba todo”, se descarga.
Dayana cuenta que la tormenta se extendió hasta que su hijo tuvo cerca de un año y medio, aunque siempre estuvo acompañada por su esposo, su familia, los referentes barriales de Favela y la iglesia.
El contacto con la Red Puentes, un dispositivo de acompañamiento de Villa Urquiza, fue fundamental. “Muchas veces la gente te quiere dar un consejo. Te dice cosas que ya sabés, pero tenés las herramientas para hacerlo. Si vos estás atravesando una situación de consumo y te sentís acompañada es diferente. Si alguien te escucha y se pone en tu lugar, podés salir adelante”.
Una realidad diaria
A unos kilómetros de distancia funciona en Bella Vista la escuela Alegría Ahora, un espacio pedagógico fundado por Mónica Lungo, que ayuda a muchas personas a terminar el secundario con un enfoque basado en la educación popular.
Allí, Gloria –referente barrial de 64 años– cuenta lo que ve en su comunidad: “He visto muchas chicas tomando cocaína y fumando marihuana. La mayoría de las gestaciones no llegan a término. Otros niñitos nacen con malformaciones o distintos problemas de salud. Todo por causa de la droga”.
En ciertas ocasiones, esos problemas continúan y se traducen en dificultades para hablar, para aprender. “Es como que están todo el tiempo inquietos, alterados. Algunos dicen que son rebeldes pero son los síntomas de abstinencia. Imaginate que estuvieron nueve meses consumiendo en la panza. Es como que quieren algo pero no saben explicar qué es”.
Esta mujer –que ya es abuela de seis y no consume desde hace 11 años– asegura: “En el embarazo te sentís más sola que nunca, incomprendida. Y la familia muchas veces se cansa. Lamentablemente en la pobreza se vive de todo. Y pasar dos o tres días sin comer también es un problema para el bebé que está en la panza”.
Aumenta la demanda
En Córdoba funcionan distintos dispositivos que acompañan a personas “en situación de consumo”, muchas gestantes o puérperas. Uno de ellos tiene sede en el Hospital Nacional de Clínicas y es gestionado por la fundación ProSalud.
También la Secretaría de Salud Mental y Adicciones de la Municipalidad de Córdoba promueve talleres, espacios de escucha y de contención. Uno de ellos funciona en Las Aldeas, un centro comunitario de Argüello, que a su vez articula con el dispensario 33 del barrio y con el hospital Neonatal.
Lucas Torrice, trabajador social a cargo de la Secretaría, asegura que la demanda en estos dispositivos es cada vez mayor. Que las personas llegan con problemáticas complejas, pero que con acompañamiento se logran reducir las crisis agudas y las demandas de internación.
En Las Aldeas de Argüello funciona otra casa de Puentes, al igual que la de Villa Urquiza, donde Dayana asiste desde hace casi tres años. La red pertenece al movimiento social Nuestra América y forma parte de un programa de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar).
“Puentes fue fundamental en el hecho de la contención y de cómo nos sostuvieron en el proceso –cuenta Dayana. Te facilitan el acceso a la salud, a una buena alimentación o a una vestimenta. Cosas diarias que a veces una mujer en situación de consumo no le es fácil”.
La luz de sus ojos
Dayana es hoy referente en su barrio y suele presentar sus libros por otros puntos de la ciudad. Dice que su objetivo es saber que se puede salir de las drogas.
Cuando habla de su hijo, le brillan los ojos. “Sé que a veces hago las cosas bien y a veces mal, pero trato de disfrutarlo todos los días. Cada cosa que hace y cada momento que pasamos, lo disfruto un montón. Me encanta ser la madre de mi hijo”.
Autora: Natalia Lazzarini
Imagen y video: Paula Gaido