Fernando “Pumita” Martínez hizo historia en el boxeo argentino. El púgil es el nuevo campeón mundial unificado supermosca después de derrotar al japonés Kazuto Ioka, por puntos, en un combate que se disputó en Tokio, Japón. De esta manera, el oriundo de La Boca sumó un título más en su carrera, que ya cuenta con 17 victorias (nueve por nocaut) y ninguna derrota.
Antes de subirse a un ring, Martínez aprendió a defenderse en el barrio, cuando vivía con su familia en los conventillos de La Boca, donde defendió a golpes de puño varios intentos de desalojo. Sin embargo, el Pumita tuvo momentos aún más duros en su vida, como cuando perdió a su papá, Abel, quien era chapista y remisero y murió de cáncer en 2014. En aquel momento, Martínez entró en una depresión y Silvia, su mamá, y Rodrigo Calabrese, su entrenador, fueron su sostén para salir adelante.
Fanático de Boca y admirador de Mike Tyson
Fernando Martínez admira a Mike Tyson. Era un niño cuando esperaba despierto hasta la madrugada para ver al legendario boxeador norteamericano. Vibraba con su figura, con su oficio y, sobre todo, con su arte. Por eso ya a a los 11 años supo que él también quería eso y su mamá, Silvia, y su papá, Abel, fueron los primeros en acompañarlo hacia el objetivo.
“Mi viejo era fanático de Tyson y hacíamos una previa antes de sus peleas. Nos reuníamos en familia a comer pizza, asado, y como él peleaba tarde ya se iban todos y quedábamos mi viejo, mi vieja y yo. Allá por las 3 de la mañana lo veía entrando con la cara de malo: parecía un monstruo y yo quería ser como él. Mis viejos me acompañaron a todos lados desde que empecé, y lo disfrutan porque todavía no me pegó nadie. Tuve mis peleas duras, mis derrotas, también, pero siempre hicimos las cosas bien. Somos muy fuertes. Mi viejo siempre me alimentó muy bien y ahora voy a cumplir mi sueño”, contó a TN.
De la depresión a dejar el boxeo
Se subía al 46 para ir desde la cancha de Boca hasta el club Unidos de Pompeya, donde se entrenaba por otras largas horas. Con esta rutina forjó la paciencia y desarrolló su templanza para bancarse momentos complicados, esos que pegan bien abajo, en la base, cosa de desestabilizar. Le pasó cuando murió Abel, su papá, su guía. Aquel momento en el que pasó de deprimirse hasta no querer salir de la cama y dejar el boxeo, a impulsarlo para ir en busca de su sueño y cumplir lo que le había prometido al viejo.
“Cuando él fallece me contuvieron mucho mi mamá y Rodrigo Calabrese, mi entrenador. Eso me ayudó a salir. Yo estaba muy decaído y no quería saber nada, estuve mal muchos días hasta que ellos lograron hacerme ver que este era mi sueño y el de mi familia. Me recordaban lo que mi papá decía, que siempre había que ir para adelante, porque él me decía que cuando él no estuviera yo tenía que seguir, sacar a mi mamá para adelante, comprarle la casa y eso es lo que vamos a hacer”.
Rodrigo Calabrese, pilar del “Puma” Martínez
El entrenador del boxeador argentino es un soporte vital en la vida del atleta. “Yo lo seguía, era fanático de Fernando desde que él era chico, lo seguía en todos sus combates. Me hice un poco amigo de la familia, empecé a hablar con el padre, que iba por las calles diciendo que su hijo iba a ser campeón del mundo, y cuando lo conocí y empezamos a trabajar me encontré con un boxeador fenomenal con falencias físicas, pero un boxeador de muchísima experiencia y un talento enorme”, recordó el entrenador en diálogo con TN.
La importancia del boxeo en la vida del Pumita Rodríguez: “Me motivó para seguir adelante”
“Cuando empecé en la Selección, cobraba mi platita que me ayudaba para viajar. Porque cuando a los 14 años saqué la licencia para pelear y ya a los 16 o 17 era cuatro veces campeón argentino, fui a la Selección y mi sueño era viajar en avión. Ya viajé un montón, conozco como 26 países y la verdad es que eso me dio más motivos para seguir y pensar que con esto podía sacar adelante a mi familia”.